Mal, muy mal.

Es que todo empezó mal, muy mal.
Remediaría invitándote al rio, con la luz del sol, un medio silencio, el aire lleno, el vaso de tinto también.
Pero me confundiría de parada de tren y nos tendríamos que quedar en una vereda de cemento sin sombra y sin salida al agua.

Fui como un regalo con el precio olvidado. Me abriste y viste cuanto valía.
No mucho, algo de rebajas o de negocio con polvo.
Y yo que quería que vos me pudiera mirar como yo te miraba. Con curiosidad y deseo, con fascinación y con ganas de más.
Pero, otra vez, fui un desastre, un complicado resultado de vino y de noche.

Y está bien, no pudiste con todo esto.

Lastima porque, después de mi locura y mi distorsión, viene la paz, un abrazo en la cama, un café quemado, pero con leche. Fría.

EN MI COSTURERO DE BARNIZ

En mi costurero marrón de barniz, con la puerta rota y sin una pata, tirado en la vereda. Un taxi más caro que la pintura, el papel de lija finita que arde las manos. Un taller a medio solcito y unos ñoquis caseros de una madre argentina de un novio que duró muy poco a pesar de su auto y de sus ganas de manejar. Una lata de un bóxer heredada no se cuando. Adentro tarjetas vencidas, teléfonos anotados, elástico para hacer colitas que igual no me salen. Pinceles blancos de un curso abandonado, encendedores plasticosos y pilas hacia el oxido. Cajitas de anticonceptivo, de antinauseas, de antidepresivo, de antipulgas de mi gato. Sobrecitos humectantes que venían de regalo, imanes caídos una noche de pedir pizza. Agendas en mal estado con teléfonos con 0039 implícito, no previsto y luego asumido. Un radio despertador, lector de CD, con los números digitales verdes, la forma aerodinámica, los botones finitos y el gordo librito de instrucciones. Primera necesaria inversión, primer regalo, primer trabajo con traje y tacos, primer sueldo. Primer maletín de símil cuero negro. Diario dejado en la puerta. Colectivos en la esquina con los ojos mal pintados. Primera camisa celeste, segunda camisa negra, tercera camisa rayada, cuarta camisa blanca que con los pantalones negros no, que te pareces una camarera. Pañuelo de seda de colores de la abuela. No lo manches que sale una fortuna la tintorería. Los zapatos tipo botas y con taco mal pensado que me hizo comprar mi mamá. La caja para guardarlos en el placard. La carta para regaos usada en los cajones. La musculosa que me quedaba chica y los corpiños con el elástico blando. Las medias de nylon, pero no de aquellas color piel. Las polleras con los pelos de gato para sacar con el rollito importado. Los domingos que cambio el orden de los muebles pero me gustaba mas antes y entonces salgo a pasear. El juego de llaves copiado. Un cordón de cuero negro para llevarlo en el bolsillo. Te explico como se enciende el calefón. Hay que cerrar la puerta con llave que si no se abre sola. Cambio el contestador y le ponemos música. De esta que te gusta a vos. De esta que me gusta a mí.

Tres empanadas

Nunca entendí porque me pido tres empanadas eligiendo el repulgue o el gusto o el relleno o de que en el papelito del delivery. Pregunto si hay sabores nuevos tipo con ananás o con pasas que ya no es tan nuevo o con cibulette o con huevo duro que me encanta. Termino eligiendo una de jamón y queso porque tiene queso, una de verdura porque hay que comer verdura y una de carne, que obviamente como ultima porque es la que más me gusta. Y cuando me la como, pienso que las dos anteriores no me hicieron tan feliz y me pregunto porque no me pedí tres de carne y listo, y sin variar porque la cortada a cuchillo no, la picante menos y la salteña o la criolla o como se llame tampoco. Carne suave. Tres de carne suave, bien picadita y sin tuco de sobra o que sobre. Y me la como con los cubiertos que se enfríe bien en las dos mitades y con una copa de tinto por empanada. Prometo que voy a leer el numero del delivery en el imán y que no voy a elegir ningún otro gusto que no sea este. Prometo pero la vez siguiente me olvido y quiero variar. Supongo que será porque tengo miedo a que tres iguales me puedan aburrir, ya que todo me aburre, incluso escribir (y con rima ni te cuento).